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lunes, 3 de mayo de 2010

Ella se levanta como cada mañana, se arregla y se mira al espejo. Se ve vacia, como si le faltara algo, algo que tenía y que ya no está en su vida. Empieza a pensar en todo, a la vez en nada. De repente, suena el timbre y baja las escaleras corriendo, por miedo a que él se enfade porque ha tardado. Se saludan con un beso, y caminan hacia clase, hablando él, y ella asintiendo y negando para complacerle, haciendo algún que otro comentario que le favorezca a él. Antes de doblar la esquina que lleva al instituto, él le da otro beso, le abraza y le dice lo mucho que le quiere. Y una luz se enciende dentro de ella, una pizca de esperanza aparece en su confundido interior. Otra vez. ''Tal vez hoy sea el día en que no discutamos, el día que me hable bien, que no me haga daño...''.
Ya en clase, las horas pasan, no se separan para nada. Ella ve de lejos a los que un día fueron sus amigos y le dan ganas de acercarse, de decir cuatros chorradas y reirse como antes. Pero él no le deja. Se enfadaría si se fuera con ellos. Y ella no quiere que él se enfade. No. Siente lo que día tras día la atormenta. Siente esos barrotes de acero delante de ella, se siente como si estuviera en una jaula encerrada con él, viendo el exterior ajeno a ellos. Pero lo peor de todo es que en su bolsillo siente la presión de la llave de la jaula, una llave que terminaría con todo, pero no, no quiere dejarle, él lo es todo para ella. Excusa tras excusa, contradicción tras contradicción.
-¿Me estás escuchando? Te estoy hablando hace un rato y estás pasando de mi. Eres una sosa. Que te den.-le dice él cabreado. Ella piensa que parecen las palabras de un niño pequeño. Pero aún así no deja de arrastrarse.
-Lo siento, lo siento... Estaba pensado. Perdona.-le dice ella intentando abrazarle.
-Déjame en paz.-dice él. Otra dosis de infantilismo.
''No, otra vez la he fastidiado... Soy tonta, pensaba que hoy no ibamos a discutir pero siempre acabo fastidiándola''. Se echa una vez tras otra las culpas. Pero algo en su interior le dice que no debe, que tiene que salir cuanto antes de aquella jaula. La llave se hace más presente en su bolsillo. Al final acaba yendo a donde él está a suplicarle que le perdone. Como siempre.
Ya de camino a casa, vuelven a pelearse, porque ella ha mirado demasiado tiempo a un chico que ha pasado. Celos obsesivos. Otra vez la llave aparece. No se hablan, y ella sube a su casa sin mirar atrás.
Se encierra en su habitación, respira hondo tumbada en la cama, intentando soportar ese dolor. Piensa en utilizar la llave de una vez por todas, tampoco tiene que ser tan difícil, un par de meses malos, pero luego... Borrón y cuenta nueva. ''Sí, en cuanto tenga ocasión la utilizaré. Podré respirar tranquila, podré mirar a otros chicos, y ese miedo a todas horas de que él se cabreé desaparecerá''.
Mientras se ducha, piensa en cómo se lo dirá y en su reacción. Será mala, pero tendrá que soportarla. Cuando sale, despejada y con la decisión tomada, mira el móvil. Un mensaje:
''No me cabreo, te perdono, pero no me gusta que mires a otro, sino ¿para qué me tienes a mi? Te quiero, lo eres todo.''

La barrera que se había formado en su interior, el valor del que se había armado... Paf. Desaparecen.
''No, no puedo dejarle''.

1 comentario:

  1. Yo tampoco logro entenderlo.
    Se degradan a sí mismos, se menosprecian... han quedado anulados totalmente.
    Ahora que, por desgracia, estoy viviendo este tema bastance cerca, aún logro comprenderlo menos, es tan espeluznante.

    Muy real tu texto, por cierto.

    ¡Un beso!

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